domingo, 8 de enero de 2017

la vida continua, feliz año, feliz todo!

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55. A veces sueño con un montón de basura, hay cáscaras de huevo aplastadas y una jauría de alimañas escarbando entre las pieles de naranja podridas, los restos de café y las hojas amarillentas y descompuestas de lechuga. Es el sueño hecho de fragmentos de pesadillas, cuando al día siguiente aguarda una operación o un examen. Otras veces el sueño es deprimente, gris, pero su quietud alivia: ese es el sueño cuando trabajas, cuando cada día es como el otro y el siguiente, y el único tiempo es el presente. Pero hay sueños que nacen de la primavera y del letargo invernal de los osos en sus cuevas silenciosas. Mis oídos captan entonces el trinar claro de los pájaros al amanecer y siento la luz del sol en los párpados cerrados, el olor de la tierra en la nariz, el viento cálido en la piel. Tengo los ojos cerrados, todavía no he vuelto a mi cuerpo, pero ya soy parte de algo, del aire, de la tierra, del fuego del agua. Y mientras oigo el ruido de los coches en la calle y la respiración de alguien en la habitación contigua, abro los ojos, obligo a mi cuerpo a regresar y, apoyándome en un codo, miro a través de la ventana abierta, veo las cortinas ondeando al viento del domingo, la luz del sol y las sombras intensas, nítidas en el edificio de enfrente. Seguir echada y lamentar haber salido del utero cuando se corta el cordón umbilical y se ata el nudo. Lamentarlo, lamentarlo, y saber que el próximo movimiento será incorporarse, ir hasta el baño poniendo un pie delante del otro, sentarse, aún medio dormida, en la taza, soltar el chorro de orina amarillo y brillante mientras bostezo y desenredo con los dedos mi pelo rizado. Levantarse, cepillarse los dientes, lavarse la cara y, bajo la despiadada luz diurna, reanudar todos los rituales del atavío que establece nuestra cultura...

Silvia Plath. Diarios completos. Alba Editorial. Noviembre 2016

Imagen: obra de Phoebe Unwin

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