lunes, 8 de agosto de 2011

La viuda del Greco V


"Exageraría si pretendiera que hubo entre Dominico y yo, una inquietud o un fastidio. Él atendía sus cosas y yo las mías. Desde que pintó mis primeros retratos discerní que no nos entenderíamos, pues ninguna vez me reconocí en esas hembras angulosas, que indicaban sus físicas preferencias singulares. Tampoco logré que me atrajera su pintura en general, y no obstante que no se lo dije, supongo que lo dedujo de mi actitud reservada. A mi me deleitan, precisamente los cuadros italianos (como los del propio Rómulo Cincinato, Pellegrini de Bolonia y Federico Zucaro), que él detestaba y que están pintados con preciosa minucia que ni un instante traicionan a la elocuente realidad. Lo suyo es una fulgurante anarquía que a nada se parece, y puesto que numerosos expertos los encomiaron, doy por hecho que encierran extraordinarias virtudes, pero el gusto es algo personal, invencible, y a mí no me gustaron ni me gustan. No consigo congraciarme con la incongruencia de un dibujo distorsionado, todo llamas y colores encendidos. La pintura de Jorge Manuel, más seca, más limpia, más opaca, si se quiere, indiscutiblemente más modelada y pulida, sobrepasa en calidad a esos inflamados tumultos. Me asombra que la gente no lo proclame.
Callé mis opiniones pero, como dije ya, el Greco las habrá inferido en mi mutismo. Lo colegí a mi vez de lo nerviosos que él y Preboste se ponían cuando, por cualquier asunto de la casa irrumpía yo en el taller. Sutilmente, sin manifestármelo, Dominico me fue desterrando del contorno de sus potes. Asimismo, se ingenió para alejarme del círculo cordial que alrededor de él se formaba y que presidían Góngora y el Conde de Fuensalida, a mí que pude casar con un Figueroa. De mi padre heredé (ya que no bienes de fortuna) la inclinación al trato mundano, avivado por la lectura cortesana, y pese al continente de Dominico, en ocasión en que alguno de aquellos señores acudía a observar el progreso de las obras que comisionara -sobre todo en los casos excepcionales del Cardenal Quiroga, de Rodrigo Vázquez; presidente del Consejo de Castilla, o del Gran Inquisidor-, aparecía yo también por el estrado. Perseguía, con ello, desvirtuar la absurda leyenda según la cual yo era la manceba y no la esposa de Dominico Thotocópuli, que bordaron los envidiosos. Mas la frialdad urbana de Dominico y sus huéspedes acabó por cansarme, y opté por refugiarme, durante las entrevistas en las cuadras interiores, donde el viejo Manusso y sus griegos, cubiertos de escapularios y de cruces, rezaban la ociosa tarde, frente a unas feas imágenes de Constantinopla, y sembraron el suelo de naranjas a medio comer y de huesos de aceituna. Me confortaba en pensar que Jorge Manuel, atildado por mis manos tiernas y conducido por mí hasta la puerta misma del estrado, participaba del cónclave erudito de los grandes de Toledo."

Texto: La viuda del Greco, obra de Manuel Mujica Láinez.

Fotografía: Anunciación, obra del Greco

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