martes, 20 de abril de 2010

3º Concurso pequeño formato. Relato nº12


Fue en un brevísimo instante, mientras cruzaban un paso cebra que los unía en el anonimato de un destino incierto, que ambos se advirtieron.


Uno acababa de ser incomprensiblemente despedido. El Director de RR.HH de la corporación le comunicó que su ratio de rentabilidad había descendido inexplicablemente en los últimos meses, los mismos que hacía que su mentor, había sido promocionado a la Dirección de una nueva sede del Este de Europa. Muchos colegas habían advertido la animadversión que había causado desde el día de su incorporación al despacho, su manera desinhibida, casi provocativa, de mostrar su orientación sexual, aunque todo el mundo ensalzaba su brillante currículum de casos ganados con ejemplar profesionalidad.


El otro iniciaría una vez traspasado el umbral del egregio vestíbulo del más prestigioso bufete de la ciudad, una brillante carrera profesional que todo el mundo, desde su adinerado e influyente suegro, hasta su más que íntimo amigo, estaban convencidos que lograría, incorporándose al fin y después de varios Máster a sus espaldas, en el organigrama de tan distinguido y laureado despacho profesional.

Fue en un brevísimo instante, mientras cruzaban un paso cebra que los unía en el anonimato de un destino incierto, que se miraron a los ojos.

Uno no había tenido ni tiempo de recoger los objetos personales que tenía en la mesa del despacho, incluida la foto de su eterno novio, que desde que su mentor se había ido, le habían aconsejado que no mostrase tan abiertamente. Aun así el siguió pensando que si sus colegas mostraban con provocante orgullo, la foto de sus adorables esposas rodeadas de los hijos e incluso el perro, él también podía hacerlo con la de su novio, al fin y al cabo cinco años eran todo un record de permanencia más o menos estable, en su azarosa vida sentimental.

El otro con su mentón altivo y su decidido paso, no podía ni quería disimular a todo aquel que se cruzara por delante, el brillante porvenir que le esperaba después de tantos esfuerzos y tantos sacrificios, que incluían casarse con una chica más rica que mona y que no le interesaba más allá de cubrir un expediente siempre complicado, pero que prendida como estaba de él desde la adolescencia y ante la posibilidad que su más que influyente padre pudiese ayudarle en su incipiente carrera, le habían llevado a aceptar una boda que le permitiría situarse donde siempre quiso estar, sin renunciar a su intensa vida sentimental con todos los hombres que se propusiera.

Fue en un brevísimo instante, mientras cruzaban un paso cebra que los unía en el anonimato de un destino incierto, que uno siguió andando cabizbajo, apesadumbrado, con una multitud de preguntas sin respuesta martilleando y una cascada incesante de imágenes revolviéndose en su aturdido cerebro, mientras el otro aminoró el paso a la vez que giraba la cabeza para observarle por la espalda, esperando que aquel hombre joven y con un aire taciturno que le atraía, hiciera lo mismo. Estaba a punto de desistir, acostumbrado como estaba a no esperar tanto tiempo la casi certera complicidad con la presa, cuando el otro, sintiéndose observado, ladeo la cabeza para observarle, como tantas veces había hecho, ni que fuese por inquieta coquetería.

Cruzaron miradas que en otras ocasiones ambos hubieran interpretado a la perfección, pero que en esta se nublaron incomprensiblemente por un fugaz flash. Uno se vio asimismo dos años antes e incluso esa misma mañana cuando se dirigía como siempre al trabajo, con exultante orgullo mostrándose al mundo seguro de su reconocida valía y el otro creyó adivinar en ese rostro bello, pero apesadumbrado, el signo de la derrota, algo que nunca tendría cabida en su vida.

Fue en un brevísimo instante, cuando habían cruzado el paso cebra, que ambos tuvieron el absurdo y certero presentimiento de quienes eran en realidad e inmediatamente uno se giró bruscamente airado y no atisbó a ver al otro que apresurando el paso, se perdió entre la marea de gente que a esa hora se disponían a empezar la jornada laboral, en su signo muy íntimo de temor y debilidad que nunca jamás acostumbraba a mostrar en público.

Fue en ese brevísimo instante de apenas treinta segundos, que sus vidas se cruzaron, unieron y huyeron, en un paso cebra, delante de la sede central del más prestigioso bufete de abogados de la ciudad.

Fotografía: tinta china y acrílico sobre papel. Cebra. pfp

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