martes, 10 de febrero de 2009

relato Nº 7, 2º Concurso de relatos "pequeño formato"



LA MUJER SILENCIOSA

Hasta un pasado aún no lejano, ella había sido una niña habladora y vivaz. A los doce años, creía que la vida era una sucesión de colores cambiantes que indicaban un tiempo para cada cosa. Disfrutaba del sueño y del colegio, quería mucho a sus padres, tenía amigas y jugaba con la imaginación. A menudo se detenía en medio de un camino y escuchaba el rumor oscuro y protector de los vecinos árboles que el viento, suave pero persistente, movía hasta caer la tarde. En campo abierto, seguía obediente el trazo desigual del horizonte y, achicando los ojos, a veces, vislumbraba el paso rápido del tren que, al alejarse, le mostraba una línea desnuda, apenas perceptible, que en los días azules ella creía que era el mar.
Una tarde, en la casa, desde un rincón sombrío del patio, vio la hoja del hacha que blandía su padre, mientras, entre insultos, perseguía a su madre. La mujer, que corría hacia el huerto vecino, se cubría la cabeza con las manos y emitía entrecortados gritos de animal doliente. La niña había quedado clavada en su rincón. Miraba lo que nunca habría querido ver. Muy pronto, un tenso nudo empezaría a formarse en el centro de su vientre joven. Un nudo móvil y punzante, como de crías de serpiente, minúsculas y retorcidas, peleando furiosas entre ellas y expulsando un veneno que, veloz, le corría por la sangre, hasta dejarla incapaz de gritar, de gemir o llorar. Huérfana de su voz y sus palabras.
Sus padres habían entrado en un corral de los que daban al patio. No estaban al alcance de su vista, pero a la niña le llegaba aún el eco de sus gritos. De repente, sintió el golpe seco y breve: su padre había tirado el hacha y ésta había quedado abandonada en el suelo del patio, el mango medio oculto entre macetas de geranios y sus sombras, con la hoja visible, el metal impoluto: sin sangre. La niña respiró al tiempo que sus padres volvían a la casa sin dejar oír sus voces. Permaneció petrificada y muda con la mirada fija en el hacha abandonada. Sintió que ambas tenían algo en común, un papel ignorado en una historia tal vez ya acabada. Pensó mirando hacia la casa: los dos me habrán creído en el colegio y hoy me he retrasado. Ojalá nunca hubiera tenido que ver lo que he visto. No sucede lo que no se sabe ni se ve ni se oye. La niña no podría jamás olvidar qué había sucedido ante sus ojos, asustados, aquella tarde que quedaría colgada para siempre en su memoria con la luz seca y amarilla de un mal crónico. Aquella tarde que sería distinta de todas las demás del resto de su vida, que en su mente se guardaría aparte y tendría un sonido distinto y letal con el que debería vivir hasta su muerte.
Por la noche cenaron, como siempre, los tres pero, esta vez, con expresiones muy cambiadas. Se conocían y, sin embargo, parecían extraños. El caldo espeso y tibio no había calmado el doloroso nudo de crías de serpiente que seguía instalado dentro de la niña como un monstruo engendrado por un desconocido y feroz miedo. Pudo dormir y pudo vivir años siempre pendiente de aquellos habitantes que, malvados, la habían dejado sin apenas voz. Agradecía, sin saber a quién, el hilo inteligible de su pensamiento, su conciencia intocada. Utilizaba unas cuantas frases hechas, las necesarias para subsistir. En la casa jamás se habló de aquella tarde. Sus padres no sabían que el hacha desaparecida se oxidaba en el fondo de un pozo, en otra casa, lejos, arrojada en soledad y con alevosía infantil cualquier día sin fecha.
Nadie le dio importancia al súbito silencio de la niña. La adolescencia nos cambiaba y ella era muy seria, estudiosa y obediente. Habría salido parca en palabras como lo habían sido sus abuelos y lo eran sus padres, gente del campo que trabaja y calla. Ella, con el paso del tiempo, aprendió a defenderse de su dolor oculto. Se había resignado a él. Siempre permaneció en ella como un ser vivo interno, amenazante, a quien ella acallaba con la fuerza de sus pensamientos. Un día, ya muertos sus padres, vendió las tierras y la casa y se marchó del pueblo. Nadie supo nunca dónde fue a parar, tal vez a otro pueblo, a una ciudad grande, al extranjero.Sobrevivió bastantes años, industriosa y callada. Voces vulgares la llamaban la muda y para quienes supieron respetarla e incluso quererla, fue por siempre jamás la mujer silenciosa




Fotografía: Serie M.S. Nº7 pfp

3 comentarios:

tag dijo...

Pilar,

Estos relatos que numeras, entiendo que son tuyos y los has presentado a concursos de relatos ¿es asi?

Este en concreto, esta escrito con una sencillez de palabras, que explican una experiencia tan traumatica, que es para felicitarte y preguntarte ¿no ganaste ese concurso de relatos?

Besossss

pfp dijo...

Tag, que bien tú comentario, me sirve para explicarte que los relatos numerados no son míos. Convoqué un 2º Concurso de relatos en el blog, en diciembre, osea que los que estan numerados y con etiqueta: 2º Concurso Relatos estan todos escritos por amigos de "pequeño formato" ¡ya ves que nivel¡
Las bases del concurso sencillísimas las puedes leer si clikeas "2º concurso de relatos" de todas formas haré un recuadrito uno de estos días para recordarlas y ampliar hasta final de mes el plazo de entrega de relatos que con Navidades de por medio ha cogido un poco a desamano.
Aprovecho para agradecerte tus palabras y tus visitas y te invito ¡como no¡ a participar, te mando mi e-mail por si tienes dudas: pfpinedoa@hotmail.com

Saludos afectuosos tag

Anónimo dijo...

Con violencia, pero sin sangre, nos mantiene en vilo y se resuelve con una sencilla lógica y en un estilo elegante. Felicidades.
Edipa Maas