viernes, 19 de diciembre de 2008

relato Nº 2, Concurso de relatos "pequeño formato"



Al doblar la primera esquina de aquella calle lúgubre y solitaria, con una mano doliente repasó la pared mugrienta en la que se apoyó para encontrar un descanso. Estaba exhausta y tenía frío. Se envolvió en la toquilla oscura de lana áspera hasta los ojos y, por encima de la cabeza, hasta las cejas. Sus ojos brillaban como brillan los de un gato nocturno y silencioso. Tenía que hacerlo ya, aquella misma noche: era justo para salvar su vida de tanta mediocridad, tanta miseria contenida, tanta vulgaridad, tanta zafiedad… No sabía qué palabras buscar que alimentaran más su resentimiento hacia ellos que la habían hecho tan vulnerable y digna de mofa para todos y para siempre; ¿por qué?

Inició de nuevo su paso vacilante hacia la casa de donde ella salió siendo una recién nacida a la juventud… Allí estaba. Tres peldaños la separaban de la puerta de entrada y en el lugar quedó silenciosamente unida a la quietud de la noche, iluminado su rostro por la escasa luz que, de una de las ventanas le llegaba. Subió con esfuerzo y su mano se cerró sobre la aldaba, la golpeó sobre la madera oscura, resonó lúgubre como sentía los latidos de su corazón y esperó. No tardó demasiado en abrirse aquella puerta origen de su vida y desventura. Alguien la hizo entrar y, cuando llegó al lugar ofrecido ya dentro de la casa, miró abiertamente al hombre que le abría los brazos… su aspecto era fantasmal, su figura envejecida prematuramente, sus ojos penetrantes y ojerosos, su tez grisácea, su actitud de ternura cierta… Se abrazó a él y, dentro del cálido círculo que la envolvía, musitó: “padre…” El hombre hundió la cabeza en su hombro y lloró como un niño.
Cuando se calmaron las emociones, ambos se miraron a los ojos y se acariciaron el rostro uno al otro. “Ven, estaremos mejor junto al fuego” y la llevó con delicadeza frente a la chimenea donde la llama prendida en unos troncos de madera recién colocados para caldear la estancia, le devolvió el aliento. Aquel lugar, aquella sala, la mesa llena de papeles sin orden, los libros bailando en sus estanterías por el balanceo de la luz del fuego que oscilaba al paso de ellos dos, instalándose en sus asientos, como preparados ya para el encuentro. “¿Cómo estás querida mía?” Susurró el hombre sin dejar de sostener y aliviar su mano del frío y de la soledad. Ella no respondió; una triste sonrisa se dibujó en sus hermosos labios de mujer joven aun. “Lo siento niña mía, fue tan breve todo, pero algún día resurgirás… Los malos tiempos pasarán, esto es una locura…” Ella volvió a sonreír con amargura, pero permaneció en silencio. Pasados unos instantes que parecieron siglos, el hombre tierno y maduro que la acogía, con el corazón atenazado por una extraña incertidumbre que le ahogaba dijo, casi por desvanecer la tensión de la escena: “Va a venir esta tarde, dijo que vendría a visitarme, me aprecia mucho y le estoy agradecido, muy agradecido a pesar de todo”. La mujer joven enarcó las cejas como haciendo una pregunta a algo absurdo e improcedente… “Sí, continuó, a pesar de todo. Es tan difícil la situación y se comprende que…” Alguien, fuera de la casa, se hacía presente por la energía que irradiaba de una extraña personalidad y porque también utilizó la aldaba para dar constancia audible de que estaba allí, frente a la puerta. El hombre de la casa, con un cortés movimiento dejó la mano de la mujer sobre el brazo de su sillón y fue a abrir. Se oyeron palabras entrecruzadas, sonido de abrazos de hombres con sus entrañables palmadas de buenos amigos. Otro momento de silencio antes de aparecer juntos en el umbral de la puerta de la sala, y el recién llegado, con más años sobre sí que el primero y la mirada asustada sin poderlo remediar se fijó en la débil silueta de la mujer que parecía reposar quieta, silenciosamente esperando. Había un tercer asiento frente a los dos primeros como si un presentimiento previo hubiera dispuesto la escena para su mejor ejecución.
Los tres juntos al fin. De uno al otro y entrecruzándose, las emociones se acariciaban y se agredían en un desconcierto al que la joven mujer puso punto final y rompió su silencio…
Y entonces habló, habló sin respiro, atropellándose en las palabras como si en un solo minuto tuviera que vomitar toda su vida sobre la alfombra roja que pisaban sus pies… Miró al primer hombre y le dijo: “Padre ¿por qué?.¿por qué me hiciste así? ¿por qué me deparaste un destino tan vulgar y fui la mujer que no quería ser? Porque yo ¿sabes? quería ser una princesa rusa, enamorada hasta la locura de un hombre imaginado a través de mis sueños y mis anhelos … yo quería crear también el único amor que no se marchita, el que no sufre la degradación de lo consumado y se alienta con la ilusión de lo que puede llegar a ser… yo sólo quería crear mi libertad y mis propias virtudes, mi propios errores, mis pecados, mis miedos y mis osadías… ¿Por qué me elegiste como una parlanchina para diversión y regocijo de mentes estructuradas e incapaces de descubrir el caudal de sabiduría y amor que posee una mujer? ¿Tu crees, padre, que alguien se detuvo un momento para pensar lo que yo sufría porque mi vida no estaba de acuerdo con mis más íntimos deseos?. ¿Tu crees que yo era feliz con el egoísta y burlador del marido que me diste en suerte? ¿Crees de verdad que merecía ser tan interesada y vulgar? ¿Por qué no me hiciste de otra manera, más elegante, más mujer?

Al final de la disertación las lágrimas descendían por su rostro como la lluvia mansa se desliza sobre la campiña invernal en que se transforma un alma doliente, lamiendo su corazón deshecho como un perro lame las heridas de un mendigo macilento.
El hombre que la abrazó al llegar, lo volvió a hacer ahora y después fue él quien se quedó en silencio.
Al instante, desprendida del abrazo que la conmovía, se volvió con una energía nueva, de fiera liberada hacia el visitante y no había suficiente aire para decirle con aquellos ojos deslumbrantes de gato nocturno y maullante: “No quiero hablar de tu vida aquí porque no te lo mereces. Mi padre te está agradecido porque aceptaste ser mi tutor y padrino. Sobre los pentagramas me fuiste dibujando para una vida que yo no quería y que fue rechazada por mi origen y por el de él. Creías redimirte con este gesto pero lo dudo. Recuerda el resultado. Yo no fracasé a pesar de odiarme a mi misma por haber aceptado mi creación… Pude haberme suicidado atenazando la mano que me diseñaba palabra a palabra, pero no lo hice porque ni los perros muerden la mano de quien les sustenta la vida, y es que así, poco a poco, sobre el papel, no me daba cuenta de lo que iba a ser… Y tus partituras tan excelsas en otros tiempos, ¿cómo dieron en sucederse con la mediocridad con la cual me dejaste vestida, como testamento de mi existencia? No sabrás nunca cuántas lágrimas derramé cuando me dejasteis. Me quedé huérfana mientras mis hermanastras triunfaban llevadas de tu mano de maestro y de tu cariño recién estrenado cuando todo pasó… ¡!¿Por qué me abandonaste?!!

El, pausadamente, la miró con el corazón turbado por la disyuntiva creada entre la ternura y la aceptación para decirle: “!Me hiciste tanta ilusión!, fuiste el arma de mi combate, el antifaz con que ocultar mi cobardía, la esperanza de una resurrección en los valores del Arte, de la Música, el antídoto de un veneno que amenazaba con devastar lo más hermoso que el hombre puede dejar tras él, a la Humanidad. Y mi egoísmo por preservar mi orgullo de artista de tanta amenaza, creó la música que te ha acompañado y que te acompañará siempre… Has sido desgraciada, hoy lo se y me lamentaré eternamente de ello…; date cuenta querida: nos haces el juicio más severo que se puede hacer: de la criatura a su creador. Pero no te diré: “Si lo hubiera hecho distinto, no. Sacrificaré tu vida porque permanecerás para siempre aunque no lo entiendas… Mi penitencia, con el inmenso dolor que tus palabras me causan , ya la he cumplido.



Fotografía: M.S. Nº2, pfp

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