viernes, 23 de mayo de 2008

labene

La bautizaron María Benedicta pero todo el mundo le llamaba Labene. Ella fue la primera de la escalera que, allá por los años 80 tuvo que buscarse un trabajo extra cuando su marido una noche se fue a comprar tabaco y nunca más volvió. Su hijo entonces tenía solo 8 años y ella sabía que habría mucha necesidad por delante, así que ni lo dudó cuando le propusieron la limpieza de un despacho de abogados en el centro de la ciudad.

Pronto, se acostumbró al horario de trabajo nocturno, salía de casa cuando los demás volvían pero eso le hizo sentirse diferente y cuando marchaba dejando a su hijo cenado, soñaba que salía al cine o al teatro como las señoras bien. Al cabo de tres años los abogados ampliaron el despacho y contentos como estaban con ella dejaron a su confianza traer otra mujer que le ayudara. Labene se sintió alagada e importante y no lo pensó dos veces se lo ofreció a Langelita, su vecina de rellano, a la que debía muchos favores de intendencia , y sobretodo la tranquilidad de dejar a su hijo pared con pared.

Langelita, bautizada, Maria de los Angeles, tenía un marido que era un pan de molde pero cortito, no pelecharía nunca en el trabajo, y ellos eran cuatro de familia y con buen apetito y a los chavales les crecían los pies de mes en mes.. así que lo pensó rápido y acepto encantada .

Pasados unos meses la vecina del 1º C, bautizada María Francisca, pero conocida por todo el vecindario como Lapaqui, les abordó en jarras. Necesitaba trabajar, su marido solo salía del bar para comer, cenar y dormir y ahora, con lo del divorcio ella se lo estaba pensando...

Tuvo suerte Lapaqui, el despacho de los abogados, viento en popa, amplió sus oficinas de nuevo y otra vez recurrieron a Labene que con su buen hacer les resolvió la papeleta de la limpieza.

Habian pasado casi 15 años trabajando juntas Labene, Langelita, y Lapaqui divorciada, cuando un 19 de noviembre decidieron celebrar el 50 cumpleaños de Labene. Era un martes, Labene les obsequió con una bandeja de charcutería fina y quesos para untar, Lapaqui y Langelita compinchadas con el guarda-jurado la sorprendieron con una botella de champán auténtica y un pastel con 50 velas de colores. Lo pasaron en grande, brindaron por la suerte maravillosa que tenían de tenerse las tres y por la vida.

Cogieron como siempre el último metro de la noche, el vagón se fue vaciando paulatinamente en cada estación que paraba, ellas como siempre bajaron en la estación término, iban alegres y chisposas por el champán. Ninguna de las tres se percató que al otro extremo del vagón en dirección contraria a la marcha viajaba un hombre que por la rigidez y el color, parecía muerto.


Dedicado a mi amiga Cristina, con cariño Pilar


Fotografía: obra de Paul KLee

5 comentarios:

javi duque dijo...

vaya, supongo q este relato es tuyo por que lo firmas tú, y sería una tontería votarte cuando eres tú la que hace el concurso, pero si este relato entrase a concurso lo votaría en primer o segundo lugar, creo.
aunque tengo que releer todos los relatos como dije ayer...

me ha encantao, un beso!!

Anónimo dijo...

Me sabe a algo vivido, intuyo la aplicación a la vida de lo que nos sostiene y es estar juntas las personas con las que hemos hecho camino. Tu te llevarías todos mis votos si no fuera porque... como Javi dice.

pfp dijo...

efectivamente este relato no entra en concurso me alegra que os guste, es divertido, es otra cara del metro, la que lleva todos los dias en los vagones vida a punta pala, aunque la mayoría nos esforcemos en que no trascienda, en guardar formas, ¿se le llama educación? besos

Barbebleue dijo...

Hmmm... ahora que ya tenía un voto claro.

Anónimo dijo...

Labene, la que cerraba las cafeteras con los pechos mejor que nadie, y es que eso tiene mérito. Sí, muchas idas y venidas, muchos esfuerzos, muchas prisas, mucho limpiar, y en tanto ir y venir quizás nos hemos dejado gente por el camino, no hemos mirado con detalle, se nos han pasado cosas por alto, pero somos supervivientes.